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El CNA no forma parte del Gobierno. Es una instancia de sociedad civil con personería jurídica, duración indefinida y patrimonio propio, dedicada a prevenir, disuadir y combatir la corrupción en Honduras.

 

Consejo Nacional Anticorrupción (CNA)
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Centro Penal "La Acequia"

Primero sintió el olor del pan horneándose. Roberto trató de quedarse sentado cerca de la puerta de la bodega, como si solo estuviera pasando el rato. El miedo le crecía en el estómago, estaba nervioso por lo que planeaba hacer. Aquel muchacho sentía la adrenalina recorrerle el cuerpo.

Trató de respirar. Unos, dos, tres… fue contando para serenarse. Odiaba hacer eso, pero había tenido que dejar a su mamita en un hospital público solo para que le dijeran que estaba muerta. Su tía lo había cuidado a él y su hermanito Miguelito por dos días, pero con la misma los había despachado de su casa. Desde ese día permanecían en la casita vieja de madera y lona que su mamita había ido armando poco a poco en el barrio en el que vivían.

Ahora Roberto, de quince años, cuidaba de Miguelito, dejando de estudiar para trabajar con los vidrieros del barrio. Ya no lo llamaban para trabajar. Así que tenía que robar pan para comer, nadie los ayudaba. 

Roberto se escabulló lentamente mientras los empacadores de pan cargaban al que popularmente llamaban “el carrito del pan”. Había logrado entrar, acercándose a los hornos y metiéndose debajo de una mesa. Hacía un calor infernal, el calor de aquella ciudad se combinaba en aquel pequeño cuarto con el vapor de los hornos. Se movió con sigilo para llegar a las bandejas. Ya todos estaban por terminar sus labores, el carro casi estaba cargado.

De repente, un estruendo sordo resonó en los cuartos de la casa en la que habían instalado la panadería. Los hombres que cargaban el carro y los horneadores se volvieron al cuarto de hornear. Roberto estaba acorralado sujetándose la mano. Por accidente había tomado una bandeja que recién había salido del horno. La palma de la mano se le estaba comenzando a inflar y la piel le escocia. Un horneador lo agarró por la camisa antes de que se le ocurriera escapar y las piernas le fallaron a Roberto. Pensó en Miguelito.

«Cipote ladrón, voy a hacer que te metan al tambo», fue lo único que el hombre le dijo antes de amarrarle las manos. Roberto sintió que vomitaba, los oídos se le taparon y desde ese momento estuvo como en un estupor. Los policías llegaron un rato después para llevárselo a la posta del barrio.

Una oleada de violencia había iniciado en la zona, nadie encontraba empleo y las maras habían logrado captar adeptos. Muchos jóvenes estaban siendo iniciados para operar con las maras. Aquellos policías pensaban que Roberto era parte de esos jóvenes ya que, para iniciarlos, les daban tareas de vigías, que poco a poco escalaban.

Roberto vio cómo la patrulla se desvió del camino a la posta. Los policías se iban riendo y bromeaban entre ellos diciendo «esos cipotes jucos van a aprender». Otros dos jóvenes iban con él en aquella paila. El trayecto se le hizo eterno, aunque el aire le daba directo en la cara, un sudor frío no dejaba de correrle por la frente.

Roberto estaba asustado, él sabía que había una cárcel dónde encerraban gente. La patrulla se estacionó y su peor miedo se hizo realidad, estaba en el Barrio Cabañas. Era la cárcel de San Pedro Sula. Roberto iba amarrado de las muñecas con unas cabuyas. Todo fue demasiado rápido, su revisión, su registro, lo ingresaron al penal. Los militares y policías se reían diciéndole que solo era «un sustito». Un militar armado se le acercó a Roberto y le dijo que al día siguiente lo iban a soltar, para que fuera a la iglesia y se arrepintiera de ser ladrón. Aquel hombre lo metió al pabellón y lo dejó en una celda donde había más hombres de los que podía contar.

— Mira, hoy es lunes y hay rondín, estate quieto —, dijo el militar que había metido a Roberto en la celda. — Vamos a revisar todos. Si no haces caso te voy a meter a que durmas con presos más peligrosos. — Roberto no podía salir de aquel estupor y sus pies se movían en automático.

—Sí, pero vamos a revisar a los cabecillas primero. — les dijo un policía, quien también iba armado. Roberto tenía miedo. Estaba asustado. No sabía si lo habían metido con mareros, pero en aquella celda había más gente que espacio.

Era tarde, así que no había mucha luz. Roberto se quedó cerca del portón de la celda. Se asió con fuerza de uno de los barrotes de aquella maloliente celda y trató de acomodarse, porque la otra mano le ardía. Estaba asustado. Había escuchado historias de gente que había caído en aquel penal. Pensó en su mamita, en Miguelito, pensó en su casa. «Nunca más voy a robar, prefiero morirme de hambre» pensó Miguel.

—Cuidadito te moves, güirro. — Un hombre le susurró. —Mira, vos tenes pinta de no saber nada. Aquí solo deberíamos estar cincuenta homies, ¿me entendes? Pero somos como cien. — Aquel hombre desprendía un olor fétido. Era una especie de combinación entre orina, sudor y suciedad.

—Vaya, vaya, a dormir ya. —Unos policías pasaban por las celdas haciendo que los toletes chocaran con los barrotes de las celdas.

—¿Por qué te trajeron aquí? —Le preguntó otro señor maloliente a Roberto.

—Robé pan para darle de comer a mi hermanito. Mi mamá se murió y desde entonces me toca cuidarlo. No tenía que darle y me atraparon robando. —Le respondió atropelladamente con la voz temblorosa, sin contenerse las lágrimas.

—Ay mijo. Seguro mañana te sacan. —El señor decidió mentirle y los presos cercanos decidieron quedarse callados. Muchos habían caído presos así, agarrados en delitos menores y ya iban por los tres años esperando juicio o sentencia. —Dormite ahí pegado a la puerta. Yo te voy a velar el sueño.

Roberto se sentó, pero no quiso dormir. Batalló contra el sueño, primero, porque pensaba en Miguelito y segundo, porque no sabía qué hora era. Iba a rogarle al militar que lo sacaran. Roberto decidió llorar en silencio y en algún punto cerca de la 1 am, se quedó dormido.

—¡Ayuda! — gritaban.

—¡Ayuda! — gritó otro hombre.

—¡Estamos agarrando fuego! —gritó un señor.

Roberto se despertó alarmado. Olía a quemado, olía a carne quemada. Los gritos no cesaban. Roberto sintió el calor abrazador del fuego y se quedó quieto cerca de una pared, casi como viendo todo. Los gritos de los hombres le parecieron desgarradores. El fuego estaba consumiendo todo. Literas, camas, cobijas, hombres, todo se estaba quemando. Roberto sintió un calor en la pierna, pero decidió quedarse quieto. Cerró los ojos. Apretó los puños y la mandíbula le crujió.

Su último pensamiento fueron su mamita y Miguelito, mientras sus lágrimas se evaporaban por el calor. ¿Y después? Todo se volvió negro para Roberto y los presos. Todo negro.

Esta es una narración ficticia. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, o hechos reales, es pura coincidencia.

***

El lunes 17 de mayo de 2004 más de cien reos murieron a manos de un fuego abrazador que inició en la celda 19 en el Penal de San Pedro Sula. Masacres, motines, incendios, muertes violentas, y otros sucesos, marcan la brutalidad y el horror que se vive en el sistema penitenciario hondureño.

Luego de este horrible incendio, CARITAS, el ERIC, junto con diversas pastorales de nuestro país elevaron peticiones ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, haciendo notoria esta crisis ante los entes internacionales de derechos humanos.

En el primer año de mandato del expresidente Mel Zelaya, se publicó el PCM-15-2007, bajo el cual se crea la comisión Pro-Desarrollo de San Pedro Sula. Bajo la dirección de Rómulo Emiliani, se conformó la Junta Directiva de dicha comisión, que, en su momento y a lo largo de los años, estuvo integrada también por Luis Larach, Rafael Flores, Rigoberto Chang Castillo, Oscar Galeano, entre otros.

Ciento veinte manzanas en La Acequia, Quimistán (Santa Bárbara) fueron las delimitadas para este centro y así el dinero comenzó a salir a cuentagotas de las arcas del Estado. Idealmente, el centro contaría con dos pabellones, de seis módulos cada uno, para albergar a 2,400 privados de libertad. Sin embargo, en sus primeros pasos la granja penal se edificó con planos incompletos y no formulados por expertos. Los módulos se construyeron con contenedores y el perímetro tenía serios problemas de delimitación, seguridad e invasiones. Este material es inseguro y una vez puesta en servicio, la cárcel tendría graves problemas de seguridad.

 En 2010, se le hizo saber a la administración de Porfirio Lobo Sosa que la construcción del complejo tendría un valor total de cuatrocientos millones de lempiras. Desde el 2009, a través de la Secretaría de Finanzas, se hizo un desembolso anual de treinta millones de lempiras. Para el año 2013, los desembolsos comienzan a erogarse con fondos de la Tasa de Seguridad Poblacional. En el año 2017, se efectuó un desembolso de más de trescientos millones, siendo la cantidad más alta registrada. En total, desde 2009 hasta 2022 se erogaron L 544,656,759.37.

En 2016, la construcción del Centro Penal “La Acequia” pasó a manos del Instituto Nacional Penitenciario (INP) y debido a la demora en la entrega del centro se contratan los servicios de una empresa consultora – EDGE – para hacer estudios y reformas al lugar. Bajo la tutela del INP se determinó que no era una granja penal la que se necesitaba, sino una cárcel de media y máxima seguridad. La empresa, especializada en la construcción de centros penitenciarios, dictaminó que la construcción existente no cumplía requisitos para ser de alta seguridad. A pesar de todo el dinero ya erogado, el INP contrató a EDGE para hacer nuevos ajustes.

Cinco años de desembolsos infructuosos, contrataciones equívocas, avances inconclusos, consultorías ignoradas y el olvido de las instalaciones son lo que convierten al Centro Penal “La Acequia” en un Monumento de la Corrupción. Lo único que habita en aquella construcción es la desolación, el silencio y la maleza que se abre paso entre las construcciones. Una vez más, el dinero público se desperdició en una obra vana, que nunca tuvo pies ni cabeza. Desde su génesis, el proyecto presentó errores en el diseño, infraestructura y requisitos de seguridad para la envergadura de un centro penal.

Aunque la obra se avanzó en un 60%, no se concluyó y la huella del tiempo se ha hecho notar. Todos los gobernantes que sucedieron a Mel Zelaya intentaron retomar el proyecto, pero fue inútil y el dinero fue erogado en vano. Más de 500 millones de lempiras que pudieron destinarse a un buen proyecto yacen olvidados por la irresponsabilidad de gobernantes que claudican bajo medidas populistas y poco meditadas.

Esa es la historia del Centro Penal “La Acequia”. Una construcción carcomida por el óxido, la maleza y el olvido. Que sus paredes nos recuerden lo voluminosa y duradera que es la corrupción.

 

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