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Estadio Roberto Suazo Córdova

Al salir de su jornada escolar, Víctor aprovechó que su mamá no lo recogería ese día para meterse en el estadio de su ciudad. A veces Víctor sólo se sentaba en la gradería a soñar despierto, en otras ocasiones llevaba un viejo balón que le permitía practicar tiros libres y penales en la cancha.

Desde pequeño le gustaba el futbol, era fanático del balón. Sus papás lo llevaban al estadio cuando había partidos locales. Desde chiquito le gustó el bullicio, la gente y experimentar el fútbol. La imaginación de Víctor era inmensa y estaba lleno de sueños. Aquella cancha, que le parecía monumental, había sido construida mucho años antes de que él naciera, por lo que el paso del tiempo se notaba. Mientras se sentaba en la vieja y derruida gradería, él soñaba despierto con convertirse en jugador de la selección nacional y de alguno de los grandes equipos de su país. Sin embargo, su ciudad parecía ser un lugar pequeño para tan grande sueño.

Víctor miraba todos los partidos que pasaban por la televisión, conocía el nombre de cada jugador de su equipo favorito, la posición en que jugaba, la información del cuerpo técnico. Víctor amaba el fútbol y disfrutaba mucho de aquel deporte, por eso sus papás con mucho sacrificio lo habían matriculado en la escuela de fútbol de los niños del pueblo. Cada vez que tenía partido, el niño imaginaba que era alguno de sus jugadores favoritos. La gente del pueblo le decía «el niño de los pies mágicos», porque cada vez que le pasaban el balón anotaba goles.

Poco sabía el pequeño Víctor lo mucho que le cambiaría la vida. Su papá era carpintero y su mamá enfermera. Con los reveses de la vida, su padre había tenido que cerrar su pequeño taller para buscar trabajo como albañil. Casi todo había pasado a ser prefabricado, entonces su oficio ya no era tan necesario entre los habitantes del pueblo.

Poco tiempo después, la pandemia llegó y azotó aquel pueblo. La madre de Víctor había sido de las primeras en fallecer como empleada de primera línea. Víctor ya estaba grande y era consciente de la pérdida, su padre mucho más. El dolor los había desgarrado a ambos. La economía familiar poco mejoró, pero Víctor y su padre siguieron juntos persiguiendo aquel sueño de ser futbolista.

Con mucho esfuerzo, su padre le pagaba la academia de fútbol. Víctor seguía yendo a sus lecciones religiosamente. Su padre tampoco le dejaba faltar nunca. Con mucho sacrificio de parte de ambos, Víctor siguió adelante tanto en sus estudios como en el fútbol. Con el tiempo el muchacho sobresalía de entre los demás.

En una de esas vueltas que trae la vida, un partido oficial de la liga nacional se jugaría en aquel estadio viejo. El inmueble era horrible, había huecos entre las graderías, estas estaban viejas y les faltaban pedazos. Con el tiempo habían hecho reparaciones, pero más bien parecían retazos mal costurados. Lo único bueno de aquel estadio era la cancha. Hacía poco tiempo la habían reparado y mejorado. Ni siquiera lo habían podido pintar, porque la gradería ya tenía la textura del concreto mezclado. Aquel estadio era deplorable, pero el partido prometía traer ganancias en más de un rubro.

A los jóvenes de la a academia de fútbol se les avisó que jugarían un partido amistoso contra las categorías juveniles de los equipos que se enfrentarían en el estadio de su ciudad. Los jóvenes de la academia del pueblo tendrían la oportunidad de probar qué tan buenos eran y si tenían suerte los entrenadores los escogerían para hacerles pruebas.

Víctor sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. El día había llegado. Iban a jugar contra las categorías juveniles de aquellos equipos grandes. Todos estaban preparados, Víctor se sentía triste porque su padre no estaría ahí para verlo, ni su madre. Aquel estadio viejo sería su testigo.

Aquella había sido la mejor tarde en la vida de Víctor. Los entrenadores de los equipos de la capital lo habían abordado y le habían ofrecido un lugar entre sus filas. Víctor se sintió aliviado, lo había logrado. Cuando los partidos terminaron, el joven corrió a través de medio pueblo para encontrar a su papá y decirle. Cuando le encontró, tanto él como su papá se desbordaron de la alegría.

El equipo le ofreció un contrato que daba pena, pero lo aceptó y tanto él como su padre emigraron a la Capital. Todo fue cuesta arriba a partir de eso, no conocían a nadie y todo era caro, mucho más caro. Aunque Víctor intentaba seguir los pasos del fútbol, todo se había vuelto muy complicado y con la escasez de todo, era muy difícil para él concentrarse. Una difícil decisión se había cernido sobre su hogar. Su padre y él decidieron emigrar y buscar el camino hacía el país de los sueños en el norte del continente.

Con los sueños rotos, Víctor y su padre emprendieron el camino. Aquella travesía trastocó profundamente la vida de aquellos dos hombres. En el camino, Víctor perdió a su padre a manos de grupos violentos. Ya no le quedaba nada de familia y cuando por fin llegó a su país objetivo, lo único que hizo fue trabajar.

Trabajar hasta que sus manos estuvieran entumecidas y dolorosas. Trabajar hasta que olvidara todo lo malo que le había sucedido. El tiempo avanzó y Víctor envejeció, su vida se volvió trabajar y el fútbol pasó a ser terreno olvidado en su vida. De vez en cuando recordaba el estadio y soñaba con él, ese estadio siempre le recordaría sus sueños rotos.

En 1986, la Ciudad de La Paz recibió con manos abiertas la construcción de un complejo deportivo que prometía ser un espacio de primer nivel para el fútbol. Fue durante el gobierno de Roberto Suazo Córdova, en 1986, que se iniciaron las labores para completar un moderno estadio. Sin embargo, como casi todas las obras públicas prometedoras y de alta envergadura, esta quedo en abandono por casi 37 años.

Los despojos deplorables de esta obra se mantuvieron en pie por muchos años, solitarios y olvidados. La cancha de este inmueble era la tierra misma sobre la cual se cimentó la obra. Durante años los paceños guardaban la esperanza, que el estadio que tiene una capacidad máxima para 25 mil personas fuese uno de los focos y atractivos para el fútbol nacional e internacional.

En 2021, la municipalidad de La Paz, a través de su alcalde, comenzó gestiones para darle una nueva cara al inmueble. Tanto el gobierno central y la alcaldía juntaron fondos para la colocación de grama sintética, una pequeña pista olímpica y máquinas de hacer ejercicio. El costo total de tal inversión L6,181,545.43, incluyendo los 1.2 millones de lempiras como contraparte de la alcaldía.

El aún desvencijado estadio muestra una media cara retocada. Honduras es un país de contrastes, los que viven en opulencia y el pueblo que con pies cansados anda adelante. El estadio también tiene estas dos caras. Mientras la cancha y la zona deportiva están en óptimas condiciones, el recinto carece de graderías en buenas condiciones, tendido eléctrico, camerinos, parqueo acondicionado y medidas para que los encuentros se celebren en con seguridad.

El Estadio Roberto Suazo Córdova es una de las muchas inversiones incompletas que el Estado mantiene en el olvido. Aunque las academias locales y los paceños apuntan y ven con esperanzas que el Suazo Córdova sea incluido como sede de la primera división de la Liga Nacional y la Selección Nacional, el inmueble está lejos de cumplir los requisitos mínimos para ser considerado como un estadio de primera.

Inversiones a medias, construcciones en deterioro, inmuebles abandonados, es lo que las administraciones centrales han procurado. Los niños, jóvenes y adultos que necesitan espacios de recreación y diversión son quienes son privados de sus sueños. Los espacios son limitados y sólo para unos pocos. Aunque este estadio traería inversión y sería un atractivo deportivo, los gobiernos han depositado sus esfuerzos en otros proyectos, que en muchas ocasiones lindan con lo personal.

El gobierno y Estado mantienen una deuda histórica, no sólo en sectores como salud, educación y economía, sino que la tiene con todos los desprotegidos, los que sueñan y los que aspiran a tener profesiones con carácter humanístico, artístico y deportivo. Son espacios robustecidos y acondicionados correctamente, como lo puede ser el Estadio Roberto Suazo Córdova, que pueden ayudar a que las juventudes sueñen diferente y vivan diferente. Sin duda, la dignidad humana es un principio deportivo.

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