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El CNA no forma parte del Gobierno. Es una instancia de sociedad civil con personería jurídica, duración indefinida y patrimonio propio, dedicada a prevenir, disuadir y combatir la corrupción en Honduras.

 

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Trans 450, El metro invisible de la impunidad

La temperatura en la capital había descendido drásticamente, la navidad se acercaba y eso significaba que diciembre sería airoso, frío y poco templado. Don Josué había tratado de prepararse él y su esposa para la temporada de invierno. Le habían regalado unos cuantos abrigos y pantalones y de buena gana los había escondido en su casa improvisada.

¿Sus paredes? Mantas y cortinas colgadas sobre una cabuya que había logrado amarrar en unos barrotes. Don Josué se sintió aliviado de tener, aunque sea un espacio pequeño para poder pasar el frío. Él y su esposa se acomodaron sobre unos improvisados colchones que ocupaban casi todo el espacio. Habían conseguido cobijas de la basura y almohadas regaladas para hacerse de un hueco para soportar le frío.

Su María, su amada esposa, siempre le decía que todo iba a mejorar, pero a sus 64 años, poco iba a cambiar. Antes de vivir en las calles, él tenía un pequeño taller de sastrería en el centro de la capital, pero con el tiempo había cerrado y luego caído en calamidad. Sólo la fuerza que María le transmitía, lo ayudaba a salir adelante.

Don Josué escuchó cómo lentamente María se iba durmiendo. Esa noche el sueño no lo visitaría. Permaneció escuchando como los carros pasaban de vez en cuando, se quedó escuchando como se abría y cerraba el portón del hospital. También se quedó despierto, vigilando que ningún ladrón se acercase a su casita improvisada. En aquella caseta se quedaban no sólo ellos, sino que migrantes, personas como ellos que vivían en la calle. En varias ocasiones había tenido que ahuyentarlos.

Con todos esos pensamientos poco a poco fue amaneciendo y la ciudad entro en apogeo. Carros inundaban el bulevar, cientos de personas pasaban por el lugar, los transeúntes iban camino hacia el centro, el estadio, el hospital o la universidad. Iba a ser un lunes movido y para Don José y María, sería el mejor día para rebuscarse en la basura.

Se desperezaron rápido para poder salir pronto. Debían aprovechar las horas de la mañana para poder hacerse de algo qué desayunar. La mañana transcurrió con normalidad, ellos rebuscándose en la basura, las personas pasando y la ciudad resonando. Cuanto más buscaban entre la basura, más se alejaban de su hogar improvisado en la caseta del Trans 450. A Don José no le gustaba eso, a veces otros indigentes les robaban sus cosas o se llevaban las cobijas. Era triste tener tan poco y que aún así se los quitaran.

Las labores de búsqueda les llevaron todo el día y casi al atardecer, buscaron regresar a su lugar en aquella caseta. Don José se sintió aliviado al ver que todas sus cosas permanecían intactas en la casita. Aunque sus paredes estaban hechas de cortinas, eran lo que los mantenía protegidos de la intemperie.

Habían logrado encontrar lo necesario para comer, no siempre toda la comida estaba en el mejor estado, pero hacían cualquier cosa para saciar sus estómagos. María se fue acomodando para dormir, Don José esperaba que esa noche el sueño tampoco lo visitara.

De repente lo escuchó, era Walter y su familia. Aquel par de venezolanos había comenzado la travesía para llegar a los Estados Unidos, pero por motivos de fuerza mayor, se habían quedado en Honduras. Las últimas noches, llegaban a buscar refugio en la caseta. Don José y María compartían con ellos lo poco que podían, dándoles cobijas y haciéndoles lugar para descansar.

Walter era un venezolano de 36 años que viajaba con su esposa, sus tres hijos, su nuera, su yerno y un sobrinito que no había nacido. Huían de la persecución y del hambre del país de Bolívar. La travesía había sido dura y habían perdido a una tía en el Tapón de Darién, ellos siempre decían que la selva se la había comido. Habían logrado sortear los controles fronterizos en Panamá, Costa Rica y Nicaragua, pero no en Honduras. Los habían capturado en la frontera con Guatemala. Por poco se habían escapado de ser retornados a su país.

Walter le dio las gracias a Don José por las mantas y alimentos que compartía con él. Quizá la calamidad que los alcanzó a todos ellos algún día se aliviaría. Aquella noche no sólo Don José permaneció en vigilia, sino que Walter también. La caseta, de lo que le habían contado, era el Trans 450, refugio no sólo de los indigentes de aquella extraña capital, sino también de los refugiados que hacían su paso por el país.

Mientras Walter y Don José permanecían despiertos cada cual, en su lugar, la vida de millones de personas siguió avanzando. Lenta, rápida, feliz o triste. Aquello representaba la desigualdad de quienes vivían en aquel país. Algunos descansaban felices, en sus casas o apartamentos mientras que ellos dormían ahí resguardados por la caseta del metro invisible de la impunidad.

***

Desde hace muchos años, la capital atraviesa una crisis en materia de transporte. La inseguridad, violencia y mal servicio están a la orden del día para los hondureños que utilizan el transporte interurbano. Hacia 2010, la alcaldía municipal necesitaba encontrar una solución a esta crisis, es por ello que, el exalcalde Ricardo Álvarez anunció con bombos y platillos la construcción del Trans 450.

Era claro que, para nuestra colapsada capital, la implementación de un sistema de transporte totalmente público sería un alivio para todos los capitalinos y una forma de modernización. Sin embargo, el proceso de aprobación del proyecto se dio bajo irregularidades. La legislación hondureña establece que todo proyecto que exceda los cuatro años debe ser aprobado por el Congreso Nacional, sin embargo, el 30 de noviembre de 2010 la Secretaría de Finanzas y el Banco Interamericano de Desarrollo firman directamente el contrato bajo el cual a la alcaldía se le prestan $30,000,000.00 para la construcción del Trans 450. Fue hasta el 2 de diciembre de 2010 que el Congreso Nacional lo aprueba, cometiendo una ilegalidad, y no es hasta el 30 de diciembre de ese mismo año que se oficializa en La Gaceta.

Con todo ello, la alcaldía anunció que el proyecto tendría un costo millonario, pero que su inversión sería significativa para el millón y medio de personas que habitan la capital. Los fondos para este proyecto provendrían no solo de las arcas de la alcaldía ($3,650,000.00), sino también de préstamos hechos por el Banco Interamericano de Desarrollo ($30,000,000.00), el Fondo OPEP para el Desarrollo Internacional ($8,000,000.00) y el Banco Centroamericano de Integración Económica ($10,000,000.00). En total, la obra incompleta costó 51 millones de dólares, una deuda que achacará al pueblo hondureño por muchos años.

En su primera fase, el Proyecto Trans 450 fue ejecutado por tramos, siendo estos 3 en total, más obras de ampliación de carriles en distintos bulevares y la estación terminal del Estadio Nacional. Por cada avance del proyecto se presentaba un informe de avance y de evaluación de obra. En cada uno de estos informes, se hizo evidente que, desde su entrega, ya había fallos estructurales, sobrecostos y arreglos que atender.

Al final, la Unidad Técnica Evaluadora de Proyectos (UTEP) realizó conclusiones finales acerca de cómo se encontraba el proyecto. La construcción de la Estación Terminal del Estadio Nacional fue suspendida debido a problemas administrativos y de diseño. Asimismo, los tramos presentaban deficiencias, fisuras en ciertas pastillas de carriles segregados, deflexiones de vigas de puentes, y desniveles entre los carriles. Asimismo, varias obras construidas para el Trans 450 fueron demolidas o modificadas ya que la Alcaldía Municipal tenía otras obras. El informe determino que el proyecto estaba incompleto.

Hoy en día, las casetas, que una vez fueron pensadas como estaciones, ahora son utilizadas por indigentes y migrantes. Las crisis en nuestra capital son muchas y se multiplican con creces en todo el territorio nacional. Los tramos construidos para el Trans 450 son el recordatorio no sólo de la paupérrima planificación de quienes administraban a la alcaldía municipal de Tegucigalpa, sino de la corrupción, el despilfarro y la impunidad.

Este fue el proyecto en el que los usuarios del transporte interurbano depositaron su esperanza, pero ni eso les bastó a los corruptos para tener consideración con un pueblo de pies gastados.

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